Santanderino de cuna y corazón –“soy muy de marisco, por eso soy de aquí”, advierte divertido–, ha pasado de pintar trenes y muros de fábricas abandonadas a ser uno de los máximos exponentes mundiales del street art. Sus obras, de una geometría colorista inconfundible que gravita alrededor del surrealismo pop contemporáneo, tatúan la piel urbana de ciudades de todo el mundo invitándonos a levantar la vista y dejar de mirar tanto hacia el suelo. De formas educadas, hablar dulce y sonrisa pegadiza, dice ser admirador de El Bosco, Picasso y Warhol, además de Dalí, Murakami, Magritte o Ernst. Licenciado en Bellas Artes, se considera artista más que dibujante y más de pared que de lienzo, aunque reconoce que cada vez le atraen más los cuadros de gran formato. De una creatividad insaciable, su vida es un continuo viaje –el mismo día en que se realizó esta entrevista partía hacia Madrid para, pocos días después, emprender camino a Moscú para pintar un edificio comercial en el centro de la ciudad y luego continuar hasta Yakutia, en la Siberia oriental, donde tenía previsto chequear una escultura suya– regida por el el positivismo y el afán de superación. Asegura que su color preferido es “todos juntos”; que la intervención en la iglesia de Santa Bárbara, en Llanera (Asturias), es el trabajo del que se se siente más orgulloso, porque “nació de mí e hice todo lo posible por realizarlo”; y que en Santander le gustaría tener una escultura en el entorno del Centro Botín. Entusiasta de los viajes y de bucear en nuestras raíces, rehúye del mensaje único y confiesa que le gusta jugar con los conceptos. Se llama Óscar y en el mercado del arte, del que pasa, le conocen por Okuda.
Pregunta.– El nombre de Okuda me transporta a Oriente. ¿Una casualidad o es que nació en el lugar equivocado?
Respuesta.– No sé si será una casualidad, porque sí me siento muy identificado con la cultura oriental, pero lo que es seguro es que no nací en el lugar equivocado. Me flipa Santander.
P.– Vive en una nube desde que hace veinte años se subió a una grúa a pintar grafitis. ¿Tiene intención de bajar?
R. – Pues no. La verdad es que tengo intención de subir más alto. Me siento muy libre cuando estoy allí arriba. En cierto modo, me siento fuera del sistema y eso me encanta.
P.– Empezó haciendo letras y ahora anda con formas geométricas coloristas que se funden con cuerpos sin identidad, animales imaginarios, estructuras arquitectónicas… ¿Qué será lo siguiente?
R. – Llevar la escultura hasta un plano arquitectónico habitable. Crecer en tamaño y en materiales; y en segundo lugar, llevar mis personajes al cine o a la vida real en movimiento.
P.– Quienes le rodean aseguran que su arte maneja un lenguaje universal, tiene un aliado en el mundo digital y cumple una misión de integración social. Y encima es bonito. ¿Lo comparte?
R. – Sí, me parece una buena definición. Quizá le falta que tiene bastante relación con la multiculturalidad y lo ancestral.
“Estar cerca de las nubes me da tranquilidad”
P.– Grafitero que lo mismo pinta fachadas y muros de edificios de 30 pisos que palacios y castillos repartidos por los cinco continentes; que ha conseguido meter sus obras en museos, que trabaja para las celebrities, que hace incursiones en la escultura y tapices junto a su madre y hermana y que este año ha participado en el mayor espectáculo de arte efímero del mundo, las Fallas. ¿Algún reto creativo por cumplir?
R. – Sí, sí. Como te decía antes, me gustaría unir un poco más la escultura con la arquitectura e introducirme en el mundo del cine. De algún modo, también quiero contribuir en la medida de mis posibilidades a cambiar el mundo con obras como ésta [esta entrevista se ha realizado en el colegio público Vital Alsar, en Cueto, donde el artista y su equipo han llevado a cabo una intervención integral sobre los muros del centro educativo sin cobrar nada]. Mostrar al mundo que hay que dar sin recibir. Esa sensación te hace sentir mucho mejor que tener por tener.
P.– Su trabajo mezcla lo street con lo académico, lo clásico con lo contemporáneo y plantea contradicciones y metáforas sobre la existencia, la multiculturalidad, el sentido de la vida, la libertad… ¿Lo suyo es una invitación a perder el miedo al conflicto?
R. – Totalmente. Es una invitación a la reflexión sobre ciertas contradicciones. A que no hay límites, los pones tú. Transmitir ese mensaje de que nada es imposible y de libertad máxima.
P.– Sostiene que el arte, además de romper fronteras entre culturas y religiones, está hecho para sentir. ¿Qué espera que la gente sienta cuando ve una obra suya?
R. – No espero nada en concreto. Que sientan, que no les deje indiferentes. Que cada uno, según su experiencia, interprete el mensaje como quiera. No planteo mensajes cerrados, sino abiertos. Quiero mostrar que el arte es para todos, no solo para los que entienden de arte. Mi arte es para todos los públicos.
P.– Dígame, ¿con cuál de estas etiquetas que le han colgado se siente más identificado: Banksy español, genio del grafiti, referente mundial del street art o nueva estrella antisistema?
R. – Referente mundial del street art. También me gusta la última, pero no; no soy tan punk. Por dentro puede que sí, pero tengo una empresa en la que trabajan quince personas.
“Quiero llevar la escultura hasta un plano arquitectónico habitable”
P.– Usted es un artista muy cotizado y cada vez mejor pagado que en ocasiones también trabaja gratis. ¿En el término medio está la virtud, que diría Aristóteles?
R. – En el término medio esta el equilibrio. Es lo me hace tener los pies en la tierra. Vengo de una familia trabajadora y me siento responsable de estar en ambas partes. E insisto, lo más gratificante es dar, más que tener.
P.– Su agenda es un auténtico galimatías, un cóctel difícil de descifrar: Pasa de pintar muros a 60 metros de altura a realizar intervenciones en barcos y esculturas, a montar exposiciones o a hacer instalaciones artísticas e incursiones en la fotografía. ¿Dónde encuentra la inspiración para abordar tantos y tan diferentes retos?
R. – La inspiración está dentro de mí. Como vivo un poco en mi nube, estoy constantemente pensando ideas. Lo que intento es estar lo más lejos de la realidad diaria que nos tiene a todos distraídos, algo que puedo hacer gracias al equipo que tengo, que me lo permite. Yo, la verdad, no sé ni mi agenda; de eso se encargan ellos. Lo cierto es que vivo las 24 horas la creación. Creo que en este sentido me ayudan mucho los viajes y los aviones. Estar cerca de las nubes me da cierta tranquilidad. En los vuelos encuentro más tranquilidad que en mi propia habitación; el avión es el lugar más tranquilo del mundo.
P.– Hace tiempo que Okuda dejó de ser un nombre para convertirse en una marca, la agencia Ink and Movement (IAM). ¿Satisfecho de este tránsito?
R. – Tengo siempre esa lucha con mi manager y mi gente. Todo lo que hago es arte con todas las letras, con corazón. Por mucho que haya un equipo muy grande detrás, soy una persona solo. Yo no soy una empresa. IAM hace su trabajo y yo el mío. Me mantengo fiel a ser artista y no empresa. Mi Instagram, por ejemplo, lo llevo yo.
P.– Pasar tantas horas en las alturas le habrá dado una vista de pájaro. ¿El mundo se ve distinto que desde aquí abajo?
R. – Completamente. Trabajar en esos muros de Toronto, París y Kiev, a más de veinte pisos de altura y con andamio colgante, te da otras perspectiva. Allí arriba me siento mas cerca del cielo que del estrés de la gran ciudad. Es lo que más feliz me hace sentir.
P.– Su vida es un continuo trajín, un ir y venir de aquí para allá sin parar. ¿Tanto le gusta la calle y tampoco estar en casa?
R. – Tengo un ático en Madrid que me encanta. Veo amanecer y atardecer, pero ya tendré tiempo de estar. Ahora necesito movimiento y, sobre todo, cambiar de escenario cada poco tiempo. Así tengo la sensación de que vivo muchas vidas.
P.– Viene de familia con restaurante y dice que, por eso, le encanta comer bien y que le gusta cocinar en casa. ¿No me diga que su arte también llega a los platos?
R. – No, aunque las almejas a la marinera y el arroz con verduras y especias indias no me salen nada mal. Cocinar me da tranquilidad, pero con tantísimas cosas por hacer casi prefiero que vengan amigos a casa y que cocinen ellos. También me gusta ir a restaurantes. Siempre que puedo voy a los de Jesús Sánchez, Quique Pérez, Óscar Calleja o a los de Carlos Crespo en Santander y Madrid. Comer mal en Santander es imposible.
Desayuno, comida o cena
Los tres, no me quedo con ninguno. Yo incluso meriendo como los niños.
Un aperitivo
Las gambas al ajillo del Silvio y los mejillones en salsa de mi ‘segunda madre’ Sari.
De cuchara
La sopa de pescado de Sari.
De tenedor
Arroz con bogavante.
Un postre
Fruta. Me encanta toda la fruta. Cerezas o mango.
Un lugar para comer
La terraza del Hotel Miramar, en San Vicente de la Barquera.