Ha pintado el cielo y sus obras han cruzado el continente. Su estudio está lleno de rincones con alma que dibujan un escenario mil veces soñado y felizmente alcanzado. Se zampa la vida a carcajadas y colecciona amigos para celebrar cualquier momento, por sencillo o menudo que sea. Asegura que Sevilla le renombró como Pepe y que cambió Reinosa por Santander en busca de más colores. Va de punta en blanco repartiendo saludos y afectos, también entre quienes le confunden con Moncho Borrajo. Reconoce que es de caprichos en la mesa y que prefiere cenar en casa. Afirma que nunca antes se había interesado por la política, pese a que nació un 20-N, y que, al igual que Machado, tampoco nunca persiguió la gloria. Es pintor y pinta con mucho amor.
Pregunta.- Su universo pictórico oscila entre la abstracción y la figuración. ¿La dualidad del ser humano?
Respuesta.- Sí, es la realidad. El ying y el yang. Desde niño me ha gustado el dibujo clásico pero ahora soy mayor y en este tiempo he aprendido otro tipo de pintura. Le voy a contar una cosa. Cuando estuve en Pamplona estudiando Arquitectura, viví en un piso compartido con otros estudiantes de Medicina. Yo a ellos les hacía dibujos que necesitaban para su prácticas y ellos a mí me hacían test y ejercicios de psicología. Era su cobaya. Aquellos dibujos ya dejaban entrever mi gusto por la figuración que más tarde confirmaría cuando decidí dedicarme a pintar en serio. Pero este trabajo diario también me revela otras sensaciones, otros momentos. Entonces descubro la abstracción. Y ahí estoy.
P.– Lleva más de 50 años pintando. ¿Su paleta ha cambiado mucho en este tiempo?
R.– Sí, claro. Evidentemente. Mi paleta de colores no es ahora la misma que cuando empecé. No es mejor ni peor, es diferente. El propio lienzo plantea un diálogo con los colores y también conmigo mismo. Y de ese diálogo permanente surgen nuevos escenarios pictóricos sobre los que me apetece indagar.
P.– Evolucionar, investigar, explorar, descubrir… son verbos que utiliza habitualmente para describir su trabajo. ¿En el arte hay que arriesgar?
R.– No necesariamente. La experiencia acumulada tras más de medio siglo me permite ver cosas que antes no veía. Últimamente estoy descubriendo que esas pinturas que antes dejaba incompletas porque no tenían sentido ahora, de repente, sí lo tienen. Donde antes no veía un cuadro, ahora lo veo. Y lo firmo, que no es ni mucho menos una cuestión menor, porque en ese momento me hago responsable de ser el autor de la obra y asumo todo el riesgo que eso comporta. La firma de un cuadro, al igual que me imagino ocurre en la literatura, es un acto contundente.
P.– Algunas obras suyas viven dos vidas: empiezan siendo una cosa y con el tiempo terminan siendo otra bien distinta. ¿Le cuesta dar por acabado un cuadro?
R.–Es que yo creo que un cuadro nunca está acabado. Siempre he dicho que un cuadro está terminado cuando lo vendo, cuando ya no lo tengo conmigo en el estudio. Mientras tanto, puede transformarse. De hecho, como le decía antes, a mí me ocurre frecuentemente. Yo suelo hacer fotografías del proceso creativo que sigo cuando estoy pintando un cuadro. Cuando lo firmo y veo las fotografías que he hecho me doy cuenta de las transformaciones tan grandes que sufren algunas obras mías.
P.– Muchos artistas aseguran que no serían capaces de crear sin emoción. Otros, en cambio, sostienen que para llevar a buen puerto su proceso creativo tiran de humildad y disciplina. ¿A qué se apunta?
R.– A la emoción, sin duda. Nunca he sido de horarios. Ahora suelo pintar por la tarde, pero antes lo hacía por la noche. Era ave nocturna y me gustaba pintar con las brujas (se ríe).
P.– Cuando pinta, ¿qué manda más al cerebro, el ojo o a la mano que ejecuta la técnica?
R.– Es todo un proceso en que las tres van ligadas. Una cosa es pensar lo que quieres pintar y otra tener el lienzo delante. Y ahí influyen muchas cosas, desde tu estado de ánimo hasta la luz que ese día entre en el estudio. La luz cambia la visión de un cuadro.
«Un cuadro está acabado cuando sale de mi estudio”
P.– Reconoce que ha pintado Cantabria mil veces, de mil maneras. ¿Porque le inspira o porque no acaba de dar con el tono?
R.– Bueno, fue una época de mi vida. Me encanta mi tierra. De hecho, he titulado muchas obras Mi tierra: Cantabria. Cantabria blanca, azul, dorada, otoñal… Me siento cántabro y campurriano. Pero ahora estoy en otro momento.
P.– Dígame, ¿qué cuadro le hizo querer ser pintor?
R.– Más que un cuadro en concreto a mí lo que me empujó a pintar fueron los dibujos a lápiz. Recuerdo que en el colegio estaba en clase de matemáticas o de lengua y ya pintaba ojos, caras. Era algo digamos innato, natural. Cuando más tarde mi padre me obliga a estudiar una carrera universitaria y empiezo Arquitectura, los dibujos me lanzan a ser pintor. El dibujo en la carrera es precisamente el me anima a ser pintor y no ser arquitecto.
P.–¿Cuál es su sueño aún no pintado?
R.– Uff! Son muchos. Con sentido del humor, a veces digo que en esta vida no me a dar tiempo a pintar todo lo que quiero pintar. Pero no tanto por pintar algo en especial, sino por seguir pintando con la misma energía con la que lo he venido haciéndolo durante todo este tiempo.
P.–¿De qué hablamos cuando hablamos de pintura?
R.– ¡Qué bonito! Me encanta la pregunta. De creatividad, de sensibilidad, de intensidad, de pasión, de que las personas descubran otros mundos, otras cosas que quizá nunca antes se habían planteado. Hace un rato hablaba del diálogo entre el lienzo y el pintor, pero también existe un diálogo entre éste y las personas que van a ver su obra, aunque no esté delante. Es como el cine. Por eso, digo que en mi próxima reencarnación seré director de cine. Me apasiona el séptimo arte.
“Tengo un sentido de la conservación muy acentuado”
P.–¿En qué obra suya se quedaría a vivir?
R.– ¡Joder! A ver cómo lo explico. Tengo cuadros que me han costado pintar más que otros y por eso quiero mantenerlos más tiempo conmigo, que me hagan compañía. Pero, al mismo tiempo, no soy una persona egoísta y también me gusta que la obra salga del estudio y haga feliz a los demás. Quizá por esta contradicción no tengo un cuadro predilecto. No podría decirle uno, son muchos.
P.– Picasso decía que pintar es otra manera de llevar un diario. A estas alturas, ¿cómo va el suyo?
R.– ¡Guau! Incompleto. Aún le quedan muchas páginas por llenar. En muchos cuadros, en la parte posterior, escribía época uno, dos, tres… Era una forma de expresar que iba superando asignaturas, aprobando cursos. Me indicaba que iba mejorando, ascendiendo en mi trabajo. No es un diario en sí, pero me ayudaba a escribir y comprender mi trayectoria.
P.– Aprovéchala, que la ocasión la pintan calva. ¿Le ha ocurrido en su profesión?
R.– Sí, claro que sí. Soy un romántico y un sentimental y me gusta mucho estar en mi nube pero, a la vez, también soy práctico y me gusta vivir y disfrutar de la vida. Suelo decir que tengo un sentido de conservación muy acentuado. Y eso me empuja a tratar de aprovechar el momento y las oportunidades que se puedan presentar. Es quizá el proceso lógico después de estar interno todo el Bachiller y de vivir hasta los 25 años muy controlado por mi familia.
P.– Una de las máximas autoridades mundiales sobre Goya, Manuela Mena, defendía en una entrevista hace casi cuatro años la creación de un ministerio para el entendimiento autonómico. ¿Una visionaria?
R.– (Se parte de risa). Sí. Ojalá muchos políticos de hoy tuvieran esa claridad de ideas. Creo que sobra cizaña y falta diálogo.
P.– Viendo el percal político, ¿pintan bastos en España?
R.– Si seguimos como hasta ahora… En cualquier caso, prefiero pensar que en este país terminará pintando en copas.
P.– Ud., ¿con qué se queda a cuadros?
R.– Con la insolidaridad, con la falta de comprensión y de respeto hacia los demás. Y con la mala educación.
Desayuno, comida o cena
Comida, porque hay más tiempo para compartir.
Un aperitivo
Un vermú con unas gambas a la gabardina.
De cuchara
Un cocido montañés o una buena sopa de verduras.
De tenedor
Arroz, de cualquier manera.
Un postre
Tocino de cielo. O melón.
Un lugar para comer
Donde sea, pero con buenos amigos.