Ataviado con una media sonrisa perenne, irradia cercanía y buen talante. Licenciado cum laude en Administración de Empresas por la Universidad de Boston, quiso ser diplomático y acabó de banquero de inversiones en Merrill Lynch, hasta que lo dejó todo por el cine, un sector en el que atesora diferentes premios y reconocimientos –incluido un Goya– en su doble faceta de productor y director. Apasionado de la historia, vive en Madrid, aunque le gustaría hacerlo en Santander, donde reconoce que cada vez pasa más tiempo. Asegura que su género preferido es el de aventuras; que le gustaría trabajar con el director Ridley Scott y con el actor Pedro Pascal; y que una película tiene que durar como un partido de fútbol: 90 minutos si es buena; otros 30 minutos de prórroga si es muy buena, y 20 minutos más para los penaltis en el caso de que sea buenísima. Apuesta por convertir las instalaciones de Sniace en un plato de cine –“no hay nada igual en el mundo”, sostiene– y augura que el próximo taquillazo será ‘Campeones 2’, la nueva y esperada entrega de esta exitosa película que vuelve a producir y cuyo estreno anuncia con algunas sorpresas para el próximo verano.
Pregunta.– Director, productor y actor ocasional. ¿Importa el orden?
Respuesta.– – El orden de los factores sí altera el producto (risas). Sí, sí, yo soy primero productor, luego director y lo de actor me pasa que, como desarrollo mucha relación con los directores, en ocasiones me piden que salga, aunque luego al final mis planos siempre los acaban cortando (más risas).
P.– Dicen que el cine español está viviendo un año de película. ¿No corremos el riesgo de morir de éxito y de que tanta descarga de títulos haga que no todos reciban la atención que merecen?
R.– Es un problema. La pandemia ha generado un cuello de botella en todo el mundo que ha provocado que este año haya un aluvión de buenos títulos. Se ha visto ya en los festivales de Cannes, de Venecia… En España, además, muchas de estas cintas son de nuevos directores. Lo hemos comprobado en el Festival de Cine de Santander, donde todas las películas han sido óperas primas de una calidad increíble. Lo difícil es encontrarles hueco en el menguante universo de los espectadores en las salas de cine.
P.– Y que España asiste a un boom festivalero sin precedentes. ¿Reflejo de esta pujanza del cine español o más bien de ese afán tan nuestro de querer todos tener el suyo, como ha pasado con los aeropuertos o el AVE?
R.– No, no. Yo creo que tiene un factor más complejo. Hay que tener en cuenta que las plataformas han ganado mucho terreno, pero también que en ellas lo que se ve esencialmente y sobre todo son películas y series muy comerciales. Y las personas cada vez han reducido más su asistencia al cine. ¿Por qué hay espacio para más festivales? Porque proyectan películas que no podrías ver en otros lugares. Y además te dan una oportunidad de algo que, tras la pandemia, está muy en auge: los espectadores quieren ir al cine con algo más. Quieren conocer al director, a los actores, al guionista, al productor… que te cuenten el proceso. Son eventos casi presenciales. No es solo es ir al cine. Y cada vez va a haber más, porque a la gente le interesa hacer cosas interactivas. El cine se convierte entonces en interactivo.

El cine en sala se comparte. Si ves una comedia, es mucho más divertida; si ves una de terror, es muchísimo más terrorífica; y si ves un drama y la persona que tienes al lado se emociona, tú de alguna manera también te emocionas más”
P.– Cine y streaming. ¿Amigos o enemigos?
R.– Amigos, por supuesto. Gracias a las nuevas plataformas se han creado productos que de otro modo seguramente no se hubieran hecho y se ha generado una industria, en el caso de España, exportadora, que se dedica a producir contenidos de cada vez mayor calidad y a dar oportunidades a los nuevos talentos. De este modo, toda la cadena ha subido un eslabón y ahora somos muchos mejores. Otra cosa es las salas de cine. Pero yo creo que la caída de asistencia no tiene que ver con las plataformas, sino con el Covid, que ha roto una tradición y una forma de consumir. Ahora, nos hemos acostumbrado a otra y es muy difícil volver a la anterior.
P.– ¿El pez chico se ha comido al grande?
R.– Yo no diría tanto. Diría que le ha obligado a cambiar. Pero esto ya le ha pasado antes al cine. Le ocurrió cuando apareció la radio, la televisión o los dvd. Y se decía es el fin del cine. Pero no acaba nunca de morir. Se reinventa. El cine en sala tiene que continuar porque es una experiencia diferente. La cuestión es cómo y en qué circunstancias.
P.– Muchos defensores del séptimo arte censuran la participación en los grandes festivales de plataformas con títulos que no han sido estrenados en la gran pantalla. ¿Ya tenemos el lío montado?
R.– (Risas). El problema es que el formato y la forma de explotación no son los mismos. El cine, un largometraje, es una forma de contar una historia, y cómo se explote es otra cosa. No se puede poner puertas al campo. Creo que es bueno que se estrenen títulos en sus plataformas y que otros vayan antes a salas. Que haya de todo. Y que el público, que es soberano, elija cómo quiere verlas. De todas formas, hay películas que yo no vería en la pantalla pequeña. No es lo mismo ver ‘Avatar’ en el cine que en casa o en el móvil.
P.– ¿El sector está inmerso pues en una revolución sin precedentes?
R.– Sin duda. Desde que me dedico al cine creo que ha habido pocos momentos tan interesantes como el que estamos viviendo ahora mismo. La llegada de las plataformas ha cambiado la forma de narrar, lo que tiene un lado bueno y otro malo. Corremos el riesgo de hacer todos lo mismo todo el rato. Es decir, el mínimo común denominador. Por eso es tan importante que siga habiendo festivales de cine. Porque se fomenta el producto diseñado por un artista y no por un algoritmo que, por definición, son antagónicos. El algoritmo es una máquina que se retroalimenta. Es decir, te dice que lo que ha funcionado es lo que va a funcionar. Y el arte, generalmente, es bueno cuando crea, cuando inventa. El algoritmo no está para inventar, está para saber lo que va a funcionar. Lo interesante del arte es que nunca sabes lo que va a funcionar. Ya lo decía José Luis Garci: si el cine fuera tan fácil lo harían los bancos.
P.– Al recibir el Premio Nacional de Cinematografía, Penélope Cruz ha pedido al público que vaya a las salas, por favor. ¿Tan mal está la cosa?
R.– Hombre. La asistencia a salas ha caído entre un 50 y 60% comparado con las cifras de antes de la pandemia. Muchos de los que amamos el cine en sala hemos casi olvidado lo mucho que nos gusta. Cuando vas a una sala, esa emoción no la tienes en casa. Es importante recordar a los espectadores que revivan esa experiencia para evitar que desaparezca. Además, el cine en sala se comparte. Si vas a ver una comedia, es mucho más divertido; si ves una de terror, es muchísimo más terrorífica; y si ves un drama y la persona que tienes al lado se emociona, tú de alguna manera también te emocionas más.
P.– Y también ha reclamado a las instituciones que no dejen de proteger y cuidar al cine patrio. ¿Es posible hacer películas sin subvenciones públicas?
R.– Sí, de hecho se hace. El problema es que hay una mala interpretación del concepto de las subvenciones, porque el cine no solo es industria, sino también cultura. Si no quiere proteger tu cultura, al igual que se protegen los museos, los festivales de música clásica o la ópera, corres el riesgo de perderlos. Y el cine tiene una característica muy particular, que pasa por encontrar ese equilibrio entre arte e industria. Para evitar que solo se haga la película que llega y complace a todo el mundo, a lo que antes me he referido como el mínimo común denominador, hay que tener elementos que apoyen y fomenten la creatividad y otros contenidos. Y eso, al final, tiene un retorno como riqueza. Porque las subvenciones y los incentivos fiscales, que son comunes en todo el mundo, no son un regalo a fondo perdido, sino que generan riqueza. Tenga en cuenta que solo un rodaje de cine en España crea empleo, es exportador neto de producto y de talento y es una industria dinámica que permite a los jóvenes desarrollarse rápidamente. Tiene, en suma, muchas ventajas económicas. Lo que me preocupa más es la mala imagen inmerecida que estas subvenciones ha generado entre algunos espectadores. Sería mejor quitarlas para poder recuperar a todo ese público. La cuestión es, si las quitamos, ¿volverían al cine? Además, está el concepto de servicio público. Por ejemplo, la película ‘Alcarràs’ nunca se hubiera hecho sin no hubiera habido algún tipo de ayuda pública. Y es una cinta que va a viajar por todo el mundo y que va generar imagen de país, de marca, además de talento nuevo, que es importantísimo. De otro lado, yo sí estoy en contra de utilizar dinero público para traer rodajes extranjeros a España. Es la mayor estupidez y no tiene ningún sentido. Ese dinero se debería destinar a fomentar el producto nacional, que es buenísimo. Mira el caso de ‘La casa de papel’.
P.– Defiende una industria audiovisual más verde y sostenible, pero critica que seguimos hablando mucho y haciendo poco. ¿Se nos acaba el tiempo?
R.– No, no se nos acaba el tiempo. Lo que ocurre es que es muy difícil cambiar la inercia consumista de la que venimos. Lo difícil es pasar del dicho al hecho. Ahí está, la propuesta ‘Bosque de cine’ presentada en el Festival de Cine de Santander, un proyecto pionero en España que cuenta con el apoyo del Gobierno de Cantabria, entre otras instituciones, para compensar la huella de carbono que generan las producciones audiovisuales mediante la creación, mantenimiento y gestión educativa de un bosque de árboles autóctonos que se ubicará sobre una superficie de 40 hectáreas, en la zona de Udías.
P.– El documental se ha hecho definitivamente un sitio en la primera fila del cine. ¿Se puede vivir sin ficción?
R.– Uff. El documental cada vez va a tener más presencia porque la realidad siempre supera a la ficción. Y, además, las grandes plataformas se enfrentan hoy en día al gran dilema de generar más contenido gastando menos. Y es muchísimo más barato, y seguramente igual de eficiente, hacer un buen documental o una buena serie documental que una de ficción, y cuesta diez veces menos. Por otro lado, el público lo va interiorizando cada vez más. Ya no es ese género menor que la gente veía para dormir la siesta.

“El documental ya no es ese género menor que antes se veía para dormir la siesta”
P.– En una cinta, pocas veces se destaca al papel del productor y sí mucho en cambio el de los guionistas, directores o actores. ¿Son el patito feo de la película?
R.– Lo veo todos los días. Cuando eres director, tus ideas siempre son buenísimas. Y cuando eres productor, todo el mundo asume que tus ideas son malísimas. ¡Si son las mismas ideas! Es verdad que la industria no acaba de entender la labor del productor, que cada vez es más creativa y no tanto, o no solo, financiera. Pero insisto, como la gente conoce poco lo que hace un productor, muchas veces tienden a ningunear su trabajo, lo que para mí es muy frustrante. Si nadie valora la figura del productor corremos el riesgo de la ‘uberización’ de la industria y de que todo acabe en manos de unos pocos, cuando ahora mismo existen miles de pequeñas empresas en toda Europa que hacen, desarrollan y explotan películas.
P.– Pedro Almodóvar decía que ser director de cine en España es como ser torero en Japón. ¿Lo suscribe?
R.– (Risas). Soy un gran admirador de Almodóvar y me parece que es brillante. Pero, ojo, que un torero en Japón arrasa. En cualquier caso, me parece más yincana la labor del productor que la del director. En el primer caso nunca sabes cuál es la siguiente prueba que te toca. Cada película es un prototipo. Mientras que cuando eres director tienes una idea creativa en la cabeza y tu única preocupación es tener los medios para llevarla a cabo. Es mucho más difícil producir que dirigir. Lo que sí es más complicado es dirigir bien.
P.– Cine y comida. Para muchos, el maridaje perfecto. ¿Es mejor ver una película con palomitas o con la nevera llena, si estamos en casa?
R.– Las palomitas las acepto, pero lo de la nevera llena… Mejor antes o después, pero no durante la película. No se puede cortar una película para ir a comerte un bocadillo. Espérate al final. Aunque, obviamente, lo importante es que cada uno haga lo que quiera.
P.– Con el otoño suele llegar los estrenos más esperados. Dígame un taquillazo a la vista.
R.– Ojalá sea ‘En los márgenes’; y ojalá también lo sea ‘Tequila: sexo, drogas y rock & roll’, aunque sea un documental. Eso barriendo para casa. Pero es claro que vienen muy buenas películas: ‘Modelo 77’ y los estrenos de los grandes estudios, que ahora llegan con su artillería pesada, como es el caso de ‘Avatar 2’, que seguramente será un bombazo. El que sí estoy convenido de que va a ser un taquillazo es ‘Campeones 2’, que se estrenará alrededor del próximo verano.
P.– Por curiosidad, a usted, ¿qué es lo que se le da de cine?
R.– Creo que lo único que realmente se me da bien es producir y dirigir documentales. Quizá porque es lo que más me gusta y lo que más veces he hecho. Me encantaría que se me diera bien navegar, pero digamos que no es el caso.
Un poco más
- ¿Desayuno, comida o cena?
- Comida
- Un aperitivo
- Las anchoas del Bar del Puerto
- De cuchara
- Marmita de bonito
- De tenedor
- Unas buenas rabas
- Un postre
- Tupinamba, todo un clásico de Pedreña.
- Un lugar para comer
- El Club Marítimo de Santander. El sitio es de película. Además, se come bien.